domingo, 16 de agosto de 2009

Granada con ojos de niño (Verano)

Agosto de 1975 en Granada: Una mañana tórrida amanece, tras la tregua de la madrugada donde ha soplado algo de fresquillo. Hace unos días que llegamos de Águilas después de pasar 7 días y otros tantos en Baza con los abuelos. Aún quedan 20 días para empezar el colegio. Estamos apurando las vacaciones. Hoy es sábado...
Aquel sábado era como otros, tranquilo, pocas cosas que hacer. Mi madre ya había hecho el gazpacho y el helado de fresa Royal. Comeríamos paella a las 2 y media. Mi padre no trabajaba, pues en verano cerraba la tienda los sábados. Un detalle de don Jesús.
Como buena previsora, mi madre quería hacer compras de cara al curso y nos fuimos con ella. Al llegar a los Vázquez de Hileras, mi padre, mi hermano y yo la besamos y marchamos Bibrambla arriba hacia Plaza Nueva.

En su fuente paramos a beber agua fresca pues el Lorenzo ya reinaba en todo lo alto. Hoy no estaba el Diamante Rubio lavando sus gafas sin lentes, pero mi padre nos lo recordó y otra vez nos reímos. Siempre nos reíamos de los mismos chistes, sin importar que nos los supiéramos.
Subimos Cuesta Gomérez por su acera derecha. Podíamos haber cogido el autobús en Ganivet, pero preferimos ir andando. Mientras mi padre subía una vez, mi hermano y yo plenos de energía infantil subimos y bajamos el trayecto varias veces.
En veinte minutos llegamos al Pilar de Carlos V, con sus tres chorrillos (dos de ellos secos). Era parada obligada a la confortable sombra de los árboles tras el poyete. Mi padre se sentó y los chiquillos comenzamos a jugar a pillar (¿por qué los niños no se cansan de correr ni siquiera en verano?).
En el IDEAL de ese día Candi salía en primera anunciando el trofeo de los Cármenes, con el Málaga y el Derby County. Mi padre lo hojeaba empezando siempre desde la última página hacia delante.

Una subida más, atravesando la Puerta de la Justicia, donde solíamos escondernos e imaginar luchas a caballicos, y ya estábamos en la plaza de Carlos V. Su Palacio grandioso con sus aldabas con águilas y leones era otro punto de parada y juego. Los pocos turistas que se atrevían desafiaban el sol para hacer con sus Yhasicas la foto de su gran puerta y en el fondo su patio con sus fabulosas columnas.


Resguardado en la fachada sur, mi padre volvía a abrir el IDEAL, mientras mi hermano y yo bajábamos al patio de los Aljibes, a saltar sobre la chapa metálica del pozo. Al fondo el Albayzín, con San Nicolás reclamaba más fotos de los japoneses. Aquellos que sólo conocíamos (entonces) de verlos en la Alhambra y en las películas bélicas de John Wayne, donde eran los malos, claro.
Y así pasaban los minutos de la mañana. De vez en cuando agua en los grifillos y a eso de la una, un cucurucho de cacahué. Eso sí, antes entrábamos a hacer la visita en Santa María para rezar al Santísimo. La bajada era otra pequeña aventura, esta vez náutica, buscando hojillas y ramas para tirar en los cauchiles con agua de los laterales de la cuesta. Bajada claro que fruto de la inercia dejaba a veces impronta en las rodillas, con algún desollón -que ya se encargaría el Abuelo Antonio en embadurnar con mercromina para que no se infectara-.
Aquel día mi padre nos tenía reservada una sorpresa. Solía ser cosa de los domingos con mi madre después de misa de una y media en el Sagrario: En vez de por la calle Reyes, bajamos por el Zacatín, atravesamos otra vez Bibrambla y cuando menos esperamos estábamos en la placeta de la Trinidad. Al llegar allí, mi hermano y yo ya sabíamos que habría Mirinda en el Cristóbal de la calle santa Teresa... y calamar al pil-pil, claro, la especialidad de la casa.
Casi a las dos salíamos de la tasca. Ya sí íbamos cansados, pero estábamos cerca de casa.
Ese día en sesión de tarde pondrían una de los hermanos Marx.

Y después de merendar y arreglarnos nos volveríamos a ir a la calle, esta vez los cuatro, con mi madre. El recorrido ya nos lo sabíamos: Virgen de las Angustias (otra visita al Santísimo), paseo por el río ¿? Genil (si no llevaba agua, cómo se llamaba río) y de vuelta a casa, helado de tutti-frutti en La Rosa. A las doce en la cama, con la ventana abierta y la sabanilla echada.

Era sábado en verano de 1975. Éramos niños, en Granada... y felices.

1 comentario:

  1. Querido Antonio:
    Gracias por tus artículos. Sin duda en tu blog te muestras tal cual eres. Gracias. Sigue en la tarea, sigue haciéndonos disfrutar, sigue divulgando valores que vives, sigue escribiendo (¡que bien lo haces!). Yo... te seguiré de cerca, a tu lado.

    ResponderEliminar